Incité al miedo...
Era tarde. Su propio mecanismo me
haría llegar por mucho que mirara hacia atrás, sabía lo que me
esperaba al llegar al final. De nada servía que cerrara fuerte los ojos
y apretara las manos, no podría evitarlo; el miedo se compra muy
barato. Comencé a caer.
El aire golpeaba mi cara con violencia, las entrañas se retorcían y amontonaban contra el pecho y el corazón latiendo más y más como hacía
tiempo no lo hacía. Grité y esperé que todo acabara. Y cuando todo
parecía perdido, un susurro en mi oído: “todo ha terminado,
respira”. Juro que jamás volveré a desafiar a la montaña rusa...
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