Bajo el paraguas...


--> Y gotas resbalaban por mi cara perdiéndose por el cuello de mi camisa...

Aquel día amaneció lloviendo, todo era gris, triste, nada hacía prever que el cielo fuera a mejorar -por mucho que yo quisiera-. A pesar de la lluvia, tenía pensado salir a la calle y así lo hice; un brazo colgué mi paraguas y en el otro, prendida la mujer que tanto amaba

Bajo el paraguas todo parecía distinto. Mientras la gente corría intentando buscar refugio donde guarecerse de la lluvia, yo miraba a mi lado y no podía evitar sentirme reconfortado al saber que estábamos ahí, el uno con el otro. Nada parecía importarnos; eramos los dos, apartados del mundo, en nuestro propio rincón.

Todo transcurría a la perfección, tal y como imaginaba que tendría que ser ese momento... menos por la pelota que tropezó con mis pies. No dudé de agacharme y recoger aquel esférico y al ir alzando mi vista, un pequeño niño me dijo muy amablemente: "Señor, ¿me devuelve la pelota?". Yo le miré con gesto amable y le devolví la pelota; me resultaba gracioso la rapidez con la que se alejaba el muchacho, aunque lo más curioso era que a pesar de la lluvia todavía le quedaban ganas de jugar. “Algún día nuestros hijos serán los que corran detrás de una pelota”, comenté mientras me giraba buscando el gesto de su cara pero no la hallé; ella no estaba.

Perplejo traté de buscar la solución más lógica ante su ausencia. Miré a ambos lados de la calle para tratar de localizarla pero ni rastro de ella. Avancé unos pasos para ver si por un casual había entrado en algún comercio, si hablaba con alguien… pero eso tampoco daba resultado. Empezaba a perder la calma y las opciones se me acababan. Pensé que podría tratarse de una broma pero rápidamente descarté esa idea, ella no es así.

No podía quitarme de la cabeza la idea de saber que no estaba, que no la tenía a mi lado. Por inercia, comencé a correr calle abajo sin reparar en que mi paraguas saldría despedido por los aires aterrizando en mitad del asfalto; no tenía tiempo de parar a recogerlo. Corrí a un ritmo incesante durante metros, como llevado por los demonios “¿dónde estás?”, gritaba desconsolado. La gente se detenía cuando pasaba por su lado, sus miradas atónitas desprendían temor, miedo -que por otro lado resultaba comprensible- y sus instintos les hacía contraer sus manos y brazos contra el pecho, sus manos desnudas... vacías... estaba lloviendo... ¿dónde estaban sus paraguas?.

No encontraba explicación alguna. En un instante olvidé lo que estaba haciendo y me detuve. ¿Por qué aquellas personas no llevaban paraguas?. La gente no suele salir de casa sin paraguas porque la lluvia los mojaría pero todo estaba seco, ¿dónde estaba la lluvia?. Hacía un momento que estaba lloviendo, no era posible que todo estuviera seco. Volví sobre mis pasos para tratar de recuperar mi paraguas, ¿qué ocurría?. Todo parecía ser fruto de una broma pesada, nada tenía sentido alguno. Hacía unos minutos que llovía, yo iba con mi amada bajo el paraguas... un paraguas que ya no estaba.

Busqué torpemente el teléfono móvil que llevaba en el bolsillo de mi chaqueta -tenía que llamar a la policía, los bomberos, a alguien-, pero... ¿por qué no estaba mojada?. Recordaba haber corrido bajo la lluvia, sí, corría buscándola a ella. Notaba como las gotas resbalaban por mi cara perdiéndose por el cuello de mi camisa, gotas de lluvia que sabían a sal… no era la lluvia la que me calaba sino mis propias lágrimas, el llanto desconsolado que me provocaba su pérdida.

Y noté como mi alma se resquebrajaba. En mi mente los recuerdos comenzaron a llegar, a ordenarse como si de una película se tratara y me hicieron comprender que nunca hubo lluvia, que nunca hubo paseo porque ella nunca estuvo allí. Llevaba tanto tiempo llorando su ausencia que acabé por olvidar que debía dejarla ir; resultaba más sencillo imaginar que seguía acompañándome bajo el paraguas.

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