Viernes noche...


Durante la cena todo resultó como había esperado; una conversación fluida, la comida excelente, un vino sugestivo y una tensión sexual que cortaba hasta el más fino de los cabellos. Miradas sugerentes, movimientos de cabeza insinuantes, juegos de manos y esa sonrisa arrebatadora que tan loca me volvía. Decidimos ir a mi casa porque... para qué explicar algo que estaba deseando que ocurriera desde que lo conocí dos meses atrás. No sé si era culpa de la temperatura estival de aquella noche o es que el alcohol se había mezclado con mis ganas pero a juzgar por la alta temperatura que mi cuerpo desprendía, necesitaba urgentemente algo que calmara aquella quemazón.

Cerré la puerta tras de nosotros y no tuve ocasión de encender las luces del salón; cuando dejé las llaves sobre el mueble de la entrada unos brazos me rodearon por la espalda y aprisionaron mi cuerpo. Tras ese instante, el baile de emociones dio comienzo y el primer paso estaba dado sin apenas haber escuchado el primer acorde.

Mi depredador no tardó en mostrar sus colmillos y cual vampiro salido de una película adolescente, dejó caer su mordisco sobre mi cuello absorbiendo a su paso el calor que emanaba mi piel. Bebió de mí cuerpo y yo sucumbí ante la morbosidad de lo desconocido y el encanto de la oscuridad de mi casa. Esquivamos como pudimos los obstáculos a nuestro paso ya que en ningún momentos nuestros labios quisieron despegarnos; con la torpeza de quién no ve, sólo deseábamos llegar a mi cuarto y entregarnos al sexo. Llegamos con algo de dificultad pero al fin logramos reencontrarnos sobre las sábanas de la cama que no tardaron en quedar embolicadas por los continuos movimientos.

Nos desprendimos de la ropa casi por instinto a pesar que ninguno de los dos aminorábamos el ritmo de lo que estábamos disfrutando; botones que saltaban por encima de nuestras cabezas, pantalones que se bajaban casi por arte de magia y un mosaico rayado de luz -que se colaba a través de la persiana- tatuaba nuestra piel desnuda. Todo ocurría muy deprisa y la excitación iba también en ascenso. El sudor perlado sucumbía a la gravedad y una febril excitación recorría mis músculos quemados por el exceso; nunca un intercambio sexual había resultado tan placentero. Mis pechos se amasaban entre sus manos mientras su sexo penetraba entre mis nalgas que hacía minutos yacían preparadas, me estremecía y los jadeos escapaban de su boca viciando el aire con su aliento caliente. En perfecta unión nos dejamos llevar por el lado salvaje del sexo a pesar de que acusábamos el desgaste y la fatiga. Los instintos más primitivos dominaban nuestras mentes transformando nuestros cuerpos en meros instrumentos de placer. Lo carnal de nuestro sexo se dejaba entrever en nuestras pelvis que retomaban el movimiento a cada pequeño intervalo de tiempo, sus besos consumían mi oxígeno y la asfixia era constante en mi pecho. Sentí morir de placer. A cada cambio una dimensión nueva por explorar; la habitación se nos quedaba pequeña ya que parecía haber sido devastada por una jauría de animales.

Apenas podía decir nada ya que los jadeos eran permanentes y las palabras se petrificaban en la sequedad de mi garganta que sólo podía espirar el poco aire que me quedaba. Aun así, su voz cansada seguía rebotando en mis oídos y eso me sobreexcitaba, elevando así más mis sentidos hasta límites insospechados. Me sentí plena y noté que mi cuerpo estallaría en cualquier momento ante el desbordamiento de sensaciones a las que me estaba exponiendo desde el inicio.

Todo quedó en silencio y algo dentro de mi se resquebrajó. El infierno se había desatado dentro de mi en forma de espiral ascendente que devoró la carne en cuestión de segundos; era un dolor cuanto menos placentero que me obligó a soltar un quejido rotundo y sonoro. Mi cuerpo extasiado convulsionaba y el descontrol al que estaba sometida no parecía tener fin alguno. Unos segundos más tarde sentí su boca próxima a mi cara -mientras seguía experimentando el orgasmo- con su aliento incontrolado rebotando en mis mejillas. Besó mi labios resecos, apartó el cabello pegado de mis ojos, y escuché un susurro en mis oídos... “Beth, cariño. Llegas tarde a clase”. Sólo cinco minutos más.

Comentarios

Elisabeth ha dicho que…
Es perfecto javi :)
Unknown ha dicho que…
Muy muy bueno, he disfrutado, gracias

Entradas populares