Las siete y veinte

Se despertó sobresaltado con un fuerte dolor que le atravesaba la espalda. Sentado observó que el reloj marcaba las siete y veinte de la mañana; aun no había amaneciendo, tal y como podía ver a través de la ventana que apenas dejaba entrar algo de luz solar. Parecía que el malestar que le había arrancado el sueño remitía poco a poco así que volvió a tumbarse para tratar de recuperar su descanso. Colocó su cuerpo en posición fetal, como siempre hacía, justo en la manera que le permitía verla.


Dormida junto a él estaba la chica que tanto amaba, acurrucada, envuelta entre las sábanas las cuales le permitían adivinar la silueta de su cuerpo. Totalmente quieta, su cara mostraba un rostro sereno -un tanto angelical si cabe-, adornado con media sonrisa a caballo entre lo infantil y lo pícaro; seguramente estaría soñando algo bonito, quizá soñaba con él (o eso quería pensar). Su dedo se desplazó hasta el mechón que caía sobre su cara para retirarlo y colocarlo detrás de su oreja; quería observar la totalidad de su cara antes de que volviera a dormirse. Tal vez ella notó el roce de su piel tocándola pues sus manos se ciñeron a las sábanas y su cabeza se hundió más en la almohada.


Apenas podía mantener los ojos abiertos por el sueño. Seguía observándola, era lo que más le gustaba. Disfrutaba recorriendo cada milímetro de su rostro y memorizando cada lunar con el que tropezaba; sin dudar se sentía un hombre afortunado a pesar de que era un poco terca y en ocasiones testaruda. Aún así, sus múltiples virtudes eclipsaban todo aquello que a él le resultaban graciosas e únicas. Era feliz sabiendo que enamorarse era lo mejor que podía haber hecho en su vida.


La alarma del despertador sonó de manera estridente; eran las siete y veinte, algunos rayos de sol se colaban por la persiana y nada le molestaba más que aquel horrible sonido. Se incorporó medio adormilado y de un manotazo detuvo el incesante ruido del reloj. Se rascó la cabeza, bostezó enérgicamente y miró a su alrededor sin encontrar nada. Volvió la mirada al frente con una extraña sensación. Notaba que le faltaba algo, como si en algún momento de la noche le hubieran arrancado algo del pecho. Nunca se había sentido tan vacío.

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